
Este artículo publicado por el periódico El País en el 2008, “La publicidad no está para educar”, comenta algunas ideas muy interesantes. Por ejemplo, desde hace unos años en España como en el resto de Europa y en Estados Unidos, los anuncios están sometidos, además de a la ley, a códigos a los que, de manera voluntaria, se adhieren la mayoría de las empresas de cada sector. Se vigilan entre sí. El incumplimiento de una perjudica al resto. Y la competencia no va a permitir que una compañía obtenga ventaja con ofertas deslumbrantes y engañosas.
Desde 1995 en España, la APP (Asociación de Autocontrol de la Publicidad) cuenta con el servicio de consulta previa, no vinculante, que permite contrastar si un anuncio cumple con las normativas y los requisitos técnicos, en el que se guarda la confidencialidad y el solicitante asumirá la responsabilidad de la emisión del anuncio. Es decir, una especie de censura profesional previa en la que se comprueba si el anuncio cumple con los principios éticos de la publicidad de cada sector.
En mi opinión, esta autorregulación no es la salvación pues lo único que consigue es anular los derechos o libertades de terceros.
Creo que es la sociedad o el propio “consumidor” el que juzga esa publicidad y decide si es creíble o no. Por ejemplo en el artículo, Carlos Alija, subdirector del Club de Creativos asegura "pero tampoco nadie ve la publicidad creyéndose literalmente todo lo que se cuenta". O sea, que el consumidor entiende el humor o la hipérbole y es consciente a qué se dedica ese sector y cuál es su objetivo. Al menos yo sí soy consciente, si fueran ciertas esas cremas anticelulíticas, antiojeras, antiarrugas,... ¿creéis que sería necesario aplicar el Photoshop a todas esas modelos y actrices en sus anuncios si fueran esas cremas tan milagrosas?
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